Por: Ángel Maza L.
Como
lo expresado en los párrafos anteriores, con el liderazgo tenemos poder y
autoridad, esto se expresa en las personas cuando somos capaces de influir en
ellas a través de la persuasión. Ellos aceptan voluntariamente nuestra
dirección, y se hacen presentes para fortalecerla con su diario trabajo, no se
sienten presionados ni limitados, por el contrario viven su plena libertad
consciente y participativamente.
No
se someten a nuestros caprichos, sino que se comprometen a trabajar junto a
nosotros, para dar cumplimiento a los programas y objetivos comúnmente
propuestos. Por lo tanto, en el cumplimiento de una acción por parte de
nuestros dirigidos no hay obediencia, lo que existe es conciencia, recordemos que
cuando una tarea se efectiviza por obediencia antes que por conciencia, la
libertad disminuye.
Claro
que cuando tenemos poder, estamos en condiciones de incidir en las personas,
pero dicha influencia está basada en intereses recíprocos, en virtud que nadie
puede influenciar un individuo que es radicalmente opuesto con su accionar y
conducta. Hay poder de influencia cuando se trata de personas que tienen
similares problemas, aspiraciones y necesidades.
El verdadero líder manda, pero obedeciendo, es decir que
dispone con fiel apego al mandato del grupo mayoritario, así conserva su
liderazgo. Si pierde autoridad, la gente pierde la confianza, y cada vez lo
escuchará menos, finalmente las personas buscan un nuevo líder, que va
surgiendo de forma natural.
Nuestro poder como
líderes debe ser responsable y equilibrado, no puede haber más poder y
menos responsabilidad, porque puede acarrear autoritarismo. Estamos llamados a
comprender que el poder radica en un
colectivo y no en un individuo, pues existen riesgos cuando el poder es
concentrado por una persona, la misma que puede quebrantar el derecho de los
demás cuando ambiciona reunir más poder.
“Los dirigentes debemos entender que
somos elegidos para servir, no para ser servidos”